Navegamos, por fin. Decidimos ir a la Isla de Flores a pasar la noche y volver a Montevideo el domingo. Como hacía mucho tiempo que no salíamos, la navegada nos encantó: viento de proa, fuerte. Pusimos 8 (ocho, sí) horas en llegar a la isla. Pero no teníamos apuro. Y valió la pena.
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