No dormí bien. El viento ululaba y movía los aparejos del barco, que sonaban con un repique fuerte, constante. Se entremezclaban con el sonido de las olas rompiendo contra la escollera, y junto con las figuras de las ruinas de los edificios de la isla iluminadas por la luna creciente y por la luz intermitente del faro, formaban un ambiente poco alentador. El barco se movía y se sentía el crujir la madera, el grito de alguna gaviota desorientada, sonidos no habituales y nada tranquilizantes. Nos levantamos temprano, Ju tampoco había dormido bien, se levantó a medianoche para ajustar las amarras ya que el viento había cambiado y la popa se golpeaba contra el muelle de piedra. Pero a la luz del día las sombras que amenazan se meten en sus huecos y todo se vuelve distinto. Como no pudimos bajar a la isla, ya que no habíamos pedido permiso, después de desayunar y caminar un poco por el muelle nos volvimos a Montevideo. Otra vez viento de proa, así que la navegada fue larga. En el viaje me quedé re dormida, acunada por el vaivén suave de las olas y el rumor del mar.
Etiquetas: enero
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