Anoche llegamos a Montevideo super cansados, tanto que decidimos no ir el fin de semana que viene. Con ganas de estar solos. Ir al cine. Pasear. Yo qué sé. Cualquier cosa menos estar encerrada en un barco con 3 personas más durante 8, 14 o 20 o 24 horas. Con Ju, todo bien, pero con otros es difícil. Es como cuando hay un albañil o un pintor en tu casa. Al principio lo amás, porque va a arreglar un montón de cosas. Unos días después, no te cae tan, tan bien. Unos días más y le ves miles de defectos, además cuando toca el timbre estás durmiendo, o en el baño, o parada de cabeza en plena meditación yoga. Otros días más y querés que se vaya YA, no podés evitar acciones antipáticas como cerrarle la puerta en la cara, decirle que no puede usar el baño, que está ocupado y que vaya al almacén de la esquina. Que a comer su refuerzo, salga a la vereda. Si llegan a pasar más días y sigue yendo, lo odiás y no querés ni verlo, tu cara está fruncida, tensa, y empezaste con tics. En un ojo, en los labios. Cuando abrís la puerta y ES ÉL, no podés evitar poner tu peor cara de culo, mirarlo de arriba a abajo con desprecio sin ningún miramiento mientras suspirás y decís, uffffff.... Dios mío, cuando terminará esto, no soporto más. Y, finalmente, si a pesar de todo, vuelve, sabés que su vida corre serios riesgos y de pronto te encontrás pensando en absurdos e irracionales planes de asesinato. Yo sé como es. Ya me pasó. Y no hablo más de eso. Me hace mal.

Por suerte, de tarde Marce e Yvo me trajeron a Lautaro y lo dejaron en casa mientras iban a clase de yoga. Me fui al parque.

Etiquetas: marzo

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