Salí a andar en bici. Fue otro día caluroso, 29 grados. Demasiado calor para ser invierno. Sofi se había llevado mi bici y agarré la de Marce. Salí pedaleando con ganas por la vereda, porque la otra opción era bajar por Requena a contramano, y había bastante tráfico. Vi un pozo y apreté el freno, y esa bici tenía el freno de la rueda delantera a la izquierda, así que se clavó, y volé por encima de la bici y aterricé derrapando sobre la vereda. Me hice terrible rasguño en el antebrazo derecho. Había unos muchachos sentados en un auto que estaba estacionado justo donde me caí que se bajaron asustados, me preguntaron si necesitaba ayuda. Se ve que mi vuelo fue impresionante. Pero lo peor fue el aterrizaje (habría que aprender a disfrutar ese tipo de vuelos antes de tocar el suelo de nuevo, y no pasar esos segundos esperando el golpe del aterrizaje). Le dije al que había corrido a mi lado que no, que no necesitaba nada, gracias, y volví a casa sin perder la compostura. Ya adentro, empecé a sollozar, a proferir improperios varios (palabrotas feas, muy feas, que no repito acá para conservar la elegancia), y a patear la bici. Fui al baño y me mojé la herida, la lavé gritando mierdamierdamierda y ayayayayayayayay porque me ardía mucho. Después me sequé las lágrimas, agarré la bici que Yvo le dio a Sofi y salí de nuevo, me fui al parque, me encontré con Sofía y con Víctor que tenía mi bicicleta, le dejé la de Sofi y seguí en la mía. Me fui pedaleando a todo lo que daba. El viento en el brazo hacía que me ardiera la herida. Mientras más me dolía con más fuerza pedaleaba. Llegué a la Escollera Sarandí y di vuelta, volví con más calma y con el viento a favor.

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